Todo comenzó en diciembre. Coincidí con Marc en nuestra montería anual. La noche anterior, en el hotel de Utiel donde estábamos alojados me hizo saber su deseo de cazar en primavera un gran corzo. Él ya cazaba el corzo en Pirineos habitualmente, en una zona de exigencia física y baja calidad, y andaba buscando la oprtunidad de abatir un corzo de calidad en una zona nueva.

 

En ese momento le hablé de nuestras zonas de caza en Teruel y Castellón, de alta calidad y baja densidad de animales, donde recechamos el corzo en montaña con paciencia y mucho prismático en terrenos cercanos al habitat del macho montés muy diferentes a lo que es habitual para este pequeño cérvido. Quedamos en hablarnos antes del inicio de la temporada, el  1 de abril. Pero los acontecimientos iban a cambiarlo todo.

 

A finales de invierno mi amigo José Luis, otro adicto al corzo, me comenta que, para la temporada entrante, le gustaría que le buscara un par de cazadores a los que ceder un par de precintos del coto que caza en solitario en la mejor zona corzera de España. Que fuera gente discreta y de mi confianza eran sus principales condiciones. Inmediatamente pensé en cazadores interesados en gran corzo y que cumplieran los requisitos, siendo el primero Marc logicamente . Era importante hacerlo en abril, pues en su zona no es difícil encontrar grandes corzos en campo abierto y siembras dada la sequedad el bosque a principios de primavera, lo que hace que seleccionar los mejores ejemplares no sea tarea difícil.

 

Habiendo quedado así, llegó…si, la Covid, y con ella, la encerrona gubernamental. Todos en casa y la temporada del corzo por el sumidero: habíamos enviado el aviso de inicio de temporada justo la semana del infectódromo del 8-M, qué oportuno todo…

 

La oportunidad llegaría en julio, con el desconfinamiento y el celo del corzo. Sería el fin de semana del 25 y 26 y nuestra primera salida al campo en meses. Ya había ganas, pero José Luis me llamó días antes expresándome su principal preocupación: no había celo. A pesar de que en otras áreas cercanas, e incluso en Pirineos como me contaría Marc ya se veían carreras, ladras y movimiento de animales buscando apareamiento, en su coto los machos permanecían ocultos, tan solo saliendo a campo abierto a comer unos minutos antes de que la luz del ocaso se desvaneciese y unos momentos muy breves con la primerísima claridad del día. El reclamo sería inútil y el rececho a pie extremadamente difícil, pues una extraordinaria primavera de lluvias y buen tiempo había dejado un campo con abundancia de comida y en los animales no había necesidad de salir a buscar comida a las siembras.

 

Pero las obligaciones de Marc hacían imposible aplazar la fecha. Lo intentaríamos saliese lo que saliese, y si no obteníamos premio, ya lo intentaríamos la primavera que viene. Conociendo a ambos, yo era consciente que el viaje iba a merecer la pena, fuera cual fuese el resultado. Como dice un buen amigo “lo importante no es cazar, sino estar cazando”.

 

Así, los días antes del inicio de la cacería consistieron basicamente en tranquilizar a José Luis ya que, siendo la primera vez que haría de guía de otro cazador, sentía la necesidad de quedar bien en circunstancias muy adversas –bienvenido a mi mundo-. Una conversaión típica y resumida a su vuelta del coto para controlar a los animales sería tal que así:

 

-Javi, es que no se mueven, no se qué hacer, apenas veo uno o dos corzos al día y en horas extremas. No se puede andar por el bosque, solo salen a las charcas cuando les da la gana y es un visto y no visto, no hay celo. El coto daría para mucho más en primavera. Nos vamos a estrellar. El coto es extraordinario en abril pero ahora no es justo que venga y no vea nada. Las mañanas son inútiles, nos vamos a pegar el madrugón para volver una hora después de la salida del sol…

 

-José Luis, estamos con mono de salida, no se puede cambiar la fecha. Conozco a Marc y no se va a enfadar si no cazamos por circunstancias que no podemos controlar. Hemos estado 5 meses sin salir a cazar y hay muchas ganas. Si estás viendo uno o dos al día, es que estás viendo algo. Tómatelo si sale mal como una toma de contacto y ya volveremos.

 

El único corzo que José Luis había podido abatir había sido de espera en charca, a principios de julio:

 

Y con él, esporadicamente,  entraba otro minutos antes que le había parecido bueno. Bien, era una opción. Algo teníamos.

 

Y así, llegó el día. Marc viajaría con su hija Marta, también cazadora, lo que puso aún más nervioso a José Luis “¿Cuatro personas?””¿Vamos a estar andando por el monte cuatro personas?”. No, claro, nos repartiríamos, que a estas alturas ya sabemos lo que se puede hacer, pero a estas alturas ya resultaba hasta divertido oir cómo se ponía nervioso por todo. Siendo la más fotogénica del cuarteto con diferencia, será ella quien aparezca aquí.

 

Llegamos a Orihuela del Tremedal a nuestro alojamiento el viernes por la tarde para salir casi de inmediato a cazar aprovechando esa tarde, ya que las mañanas casi las podíamos dar por perdidas. Marc quedó sorprendido al saber que la reserva de Montes Universales es la mejor de España en calidad de venado, y sus alrededores practicamente también de corzo dada la masificación sufrida en el triángulo Soria-Burgos-Guadalajara. Ejemplo de buena gestión y profesionalidad, su centro de interpretación aloja el record de ciervo de la reserva:

 

Una vez en el coto, y tras una breve vuelta para conocer los principales caminos y las características del cazadero, consideramos ir a la charca donde José Luis había abatido su primer y único corzo de la temporada, a esperar si su compañero de territorio aparecía antes de la puesta de sol.

 

¡Y allí estaba! Nada más aparcar el coche, lo vemos desde la siembra en medio del bosque, a unos 400 metros, cuando se dirigía a la charca. Un corzo de puntas blancas brillantes a la luz del sol que nos permitía apreciar lo largo que era. Habíamos llegado tarde por unos minutos, ya que una entrada discreta se antojaba imposible. Si queríamos ese animal, teníamos que esperarlo antes y confiar en que quisiera repetir recorrido la tarde siguiente.

 

Aun así, nos apostamos a los lados del cortafuegos por ver si se decidía a repetir exposición antes del ocaso. Pero solo una corza entró a beber, y pude intuir otro macho en medio del bosque que no se decidió a entrar. Antes de marcharnos, los intentos de José Luis con el reclamo no nos valió más que para convencernos de su inutilidad ante la escasez de celo.

 

Una rápida vuelta por la siembras antes de la completa oscuridad nos permitó avistar varias hembras, crias y algún macho joven corriendo cuando escuchaban el motor del coche. A nosotros nos valió para apreciar el tremendo potencial del coto en la época adecuada, pero que a José Luis le hacían lamentarse por enésima vez del mal momento de la cacería. Intentamos transmitirle que no nos importaba, que todo estaba perfecto, y que el campo nos entregaría lo que considerase oportuno,  Estábamos alí, y eso era lo importante.

 

La mañana siguiente supuso un cambio de planes: me quedé con el coche de cara a una inmensidad de siembras ya cosechadas y un par de campos de girasoles aun lo bastante bajos como para no ocultar el cuerpo de los animales, mientras el trío se acercaría andando a una zona donde José Luis había visto un buen macho tirable.

 

Y como suele ocurrir cuando dejas solo al que no va a cazar, aparte de avistar unas cuantas corzas y crias y 4 diferentes zorros corriendo y persiguiéndose por los campos, pude ver el único corzo aparentemente en celo de estos días. Estaba tranquilamente olisqueando a una hembra receptiva mentras no dejaban de entrar y salir de un pequeño encinar de cara a los cultivos. La entrada era muy difícil, a campo abierto, con los animales en el linde del bosque, y el teléfono decidió traicionarme con una repentina falta de cobertura, así que me conformé con observar el cortejo de la pareja gracias al catalejo. Para apreciar la dificultad de nuestra empresa, a las 7:26 exactamente decidieron desaparecer a la sombra del encinar para no volver.

 

A ellos les había ido peor: corzos ladrando desde el interior de los bosques alertaron al macho buscado –o quizás fuera él-, y el resto de la mañana se fue en un pequeño paseo por una montaña donde José Luis intuía se movía un buen ejemplar, y donde otra corza que supuestamente le acmpañaba ladrá a escasos metros del grupo, arruinando el intento.

 

La tarde del sábado sería nuestro útimo intento serio, ya que la mañana del domingo pintaba muy mal: el viento había cambiado a poniente, las temperaturas habían subido aun más, lo que nos hacía suponer muy poco movimiento, y las lamentaciones de José Luis arreciaban. En ese momento, y viendo las preocupaciones que se había tomado para que todo saliera bien, no cabía más que tranquilizarlo y comunicarle que, tomara la decisión que tomara respecto a qué zona del coto cazar, todo estaba perfecto. La cosa estaba mal, pero algún animal habíamos visto. En peores circunstancias nos habíamos visto.

 

Decidimos esperar en la charca de nuevo. Ahora llegaríamos antes, y nos la jugaríamos a aguantar hasta la puesta de sol. Si cada vez que el dueño del coto se había puesto había entrado, debería hacerlo de nuevo ya que nadie le había molestado. El animal lo valía, aunque las esperas siempre suponen un riesgo al pensar si nada entra que: 1-algo estás haciendo mal y 2-¿Qué hacemos aquí parados pudiendo ir a intentarlo en otraz zonas cubriendo mucho más terreno?

 

Tomamos posiciones todavía con el sol a la altura suficiente como para quemarnos  un lateral de la cara, y a esperar. No tardó demasiado una silueta familiar en moverse de entre los matorrales pero no era lo buscado: un corzo joven, probablemente del año pasado con cuerna por debajo de la oreja entró a beber. Mientras, una corza con su cría paseando  por la parte baja del barranco quedaban a unos 50 metros de Marc, al que la red de camuflaje y su resistencia permaneciendo en cuclillas unos cuantos minutos sin moverse le salvó de ser descubierto:

 

Pasada con creces la hora a la que el animal se presentó el día anterior, comenzaba a perder la fe cuando recibo un mensaje de José Luis que simplemente decía “buenísimo”… lo estaba viendo, y se dirigía hacia la charca. Con la cautela habitual del corzo viejo, ya lo vimos todos como se destapaba en dirección al agua.

 

Pasaron unos segundos de tensión hasta que sonó el disparo. Marc se tomó su tiempo en asegurar el tiro, y el corzo, que apenas se había detenido frente a la charca, ya estaba de vuelta al bosque cuando acusó la bala. Un breve pisteo de unos 30 metros nos encontró con un viejo macho, ya regresivo y largo, de algo más de 25 cms, rosetas muy anchas, altas y hundidas, luchaderas en retroceso y apenas dentadura al que adivinamos cerca de su ciclo vital y que de haber sido cazado un año antes muy seguramente hubiera sido un trofeo mejor:

 

Una vez sacado el trofeo y la carne, y de regreso al coche, intentamos que Marta cazara uno antes de que la oscuridad llegara. Y casi lo conseguimos con el ejemplar que habíamos buscado por la mañana y que esta vez sí había salido a los girasoles a comer, pero la presencia junto a él de otra corza con su cria alertadas por la presencia humana les hizo refugiarse en el bosque, terminando así la cacería. Dejaremos el corzo de ella para el año que viene.

 

Ya en el hotel, la cena y la cerveza transcurrieron respondiendo a las preguntas curiosas de Marta sobre diferentes especies cinegéticas y donde cazador y guía ocasional se confesaron su eterna gratitud y satisfacción porque todo hubiera terminado bien… ay, cuántas veces habré escuchado esto: pues claro que terminaría bien, si os conozco a los dos. Hay que saber a quién se envía, con quién y a dónde. Esa es una de las claves de nuestro trabajo.

 

Y así fue el único rececho de la primavera-verano del coronavirus. Esperamos que sea el último, no por el animal logicamente, sino por la enfermedad, que no vuelva a restringir nuestros movimientos y nos permita salir a cazar con normalidad.

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